domingo, 7 de abril de 2013

Carolina, la Baldosa que Nunca se Ensuciaba - Cuento


Había una vez, en los escalones de una estación del metro por el centro de la ciudad, una serie de baldosas de mármol. Todas ellas eran muy aburridas, y sin mucho que decir. Muchas de ellas eran obstinadas y celosas, diciendo siempre quejas y chismes, y nunca críticas constructivas. Así eran todas, excepto una.
Aunque cuando los conserjes pasaban a trapear el piso, la mayoría de las baldosas quedaban brillantes por unos breves momentos antes de que alguna persona pasara por encima de ellas y las ensuciara, a veces, en unos pocos segundos después de ser lustradas, sólo una de ellas era la que, sin importar quién la pisara o qué le cayera, nunca perdía su brillo. Se llamaba Carolina.

La Batalla por el Meme - Cuento


Tanto tiempo en la computadora tenía que traer más problemas a la casa que beneficios. Ya era pasada la 1 de la mañana, y Samuel seguía perdiendo sus horas de sueño en lo que fuera que se le ocurriera ver por internet. Mamá estaba dormida ya, pero él sabía por experiencia que ella se despertaría a mitad de la madrugada para finalmente ponerle fin a su estado de inactividad.
Obviamente estaba el problema del consumo de electricidad. Samuel se amparaba en la noción, que escuchó indirectamente hace unos meses, de que una computadora gastaba energía en el nivel más mínimo, en comparación con la televisión, el aire acondicionado y tantos otros electrodomésticos.

El Fin de la Línea - Cuento


Gerardo veía las luces pasar con tanta rapidez que las percibía como largas líneas blancas entre la oscuridad del túnel. Después, volteó hacia arriba para ver cuántas estaciones le faltaban. Tres. Y aún así, el vagón parecía tardarse treinta minutos por cada estación.
Aquella muchacha de suéter rojo no se había bajado todavía, y eso fue mayor tortura para Gerardo, porque le seguía recordando a Sandra. Y cada vez que recordaba a Sandra, bajaba la cabeza y se deprimía.
Finalmente, las puertas se abrieron a medida que el carro se detuvo en la estación La Viga. Nadie se bajó. Ni siquiera la chica del suéter rojo.
A pesar de que en sus audífonos se escuchara “So What” de Anti Nowhere League, no podía dejar de preocuparse y pensar demasiado en lo que acababa de pasar. Y la muchacha del suéter no ayudaba para nada a la causa, siendo como sal para una herida reciente. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en Sandra?, pensó él, para después, corregir su propio pensamiento, ¿por qué Sandra tuvo que decirme eso?

Tesoros - Cuento


“Toma una antorcha,” dijo el Anciano.
Esperaba que la orden no fuera dirigida a mí. No era porque me molestara seguir órdenes. Era porque, sencillamente, no se me daba la gana.
El Muchacho fue el que atendió, avanzando por el corredor. Era digna de burla la manera en que buscaba por entre todas las antorchas que se extendían en ambas paredes. Negué con la cabeza.
“¡Escoge la que quieras! No hay trampas aquí.”
“No sabemos con certeza,” decía el Muchacho, examinando cada detalle de cada pieza de madera en llamas.
Luego de ver la cuarta, finalmente se decidió por esa y la retiró de su soporte, no sin la aparentemente necesaria cautela de prevenir activar alguna de esas tontas trampas que decían que se encontraban regadas por todo el Castillo.
Simples sustos.

Mi Novia es un Súcubo - Cuento

AGOSTO:
Salté y caí de pie en medio del pavimento, agachado, antes de que el autobús rugiera fuerte y ensordecedoramente al verme bajar. No pude evitar voltear a verlo alejarse y desaparecer al otro lado de la esquina. Por lo menos ese infernal viaje había terminado.
Con mi mochila al hombro y mi libro en la mano izquierda, me enderecé y caminé un par de calles, explorando el lugar, como si nunca lo hubiera visto antes.
La Alameda estaba tranquila, con únicamente un hombre paseando a su perro cerca del quiosco, y una señora sentada en una de las bancas frente a él. El único ruido provenía de la calle, aunque los ladridos del perro resonaban de vez en cuando también.

El Hospital de los Recuerdos - Cuento


Pasando tres cuadras, se encontraba la calle Cerro Nogales. Lo que otrora fue un nido de ladrones, criminales y demás mal vivientes, ahora era una tranquila calle que albergaba bonitas casas, gente amable y condiciones óptimas para vivir. Todo, excepto por un solo edificio. Cuando Cerro Nogales era un deplorable rumbo, una pandilla llamada “los Perros”, decidió entrar al Hospital Contreras-Mendoza, debido a que uno de los miembros de la pandilla rival, “los Suaves”, se encontraba internado allí, luego de una trifulca que empezó una deuda de honor pendiente entre las dos pandillas. Al culpar los Suaves a los Perros de haber herido a su hombre luego de que lo vieran apuñalado en la calle, iniciaron un pleito que, de no ser por la llegada de la policía, habría matado a todos. Al ser llevado el joven herido al Hospital, sus compañeros de pandilla lo custodiaron. Pero los Perros querían su venganza. Y la tuvieron, a expensas de perder a los suyos en una sangrienta pelea. Los Suaves también pelearon, y perdieron gente. La infernal escaramuza tenía a los pacientes y a los empleados del Hospital en pánico. Sin embargo, algo ocurrió después, cuya razón no se ha conocido hasta el día de hoy, y ha caído casi en el olvido. Algunas personas, que pasaron por Cerro Nogales, aseguraron haber visto una luz cegadora de color blanco que salía de las ventanas. Después, nada. Dentro, todos y cada uno de los que estaban en el hospital, pacientes, doctores, enfermeras e incluso los pandilleros en plena pelea, sencillamente desaparecieron. Nadie supo cómo, nadie supo por qué. Mientras que los habitantes de la colonia se preguntaban qué exactamente había ocurrido, la policía hizo un esfuerzo muy tenue en investigar lo acontecido, sin realmente creer lo que los testigos afirmaban. Eso pareció no importarles eventualmente, ya que desde la misteriosa desaparición de las dos pandillas más peligrosas de la delegación, la calle Cerro Nogales se volvió la más segura de toda la ciudad. Pero el Hospital Contreras-Mendoza, con la retirada de sus doctores, enfermeros y pacientes, quedó desierto. Muchos de los transeúntes que se atrevían a entrar a las instalaciones rápidamente se arrepentían y seguían su camino. Todo esto ocurrió hace doce años. La calle fue cambiando. Muchos lugares se remodelaron y se construyeron nuevas casas sobre los terrenos baldíos. Pero ningún contratista ni ningún albañil quiso tocar los restos del Hospital Fantasma. Y fue el único legado que quedaba de la antigua vida en Cerro Nogales que permaneció entre la comunidad.

Los VIejos Segundos de Siempre - Cuento

Sentado esperas. Esperas por largo tiempo. Tiempo que pasa lentamente. Miras tu reloj, y ves la hora. Esperas más. Una eternidad transcurre. Vuelves a mirar tu reloj. La misma hora. Perplejo, te preguntas cómo fue que el tiempo se alentó tanto.
Ves a tu alrededor, y deseas que ella se apure de una vez por todas. La espera es tal que no se puede aguantar. Intentaste ya distraer tu mente, pero de nada funciona. Como Roma, todos los pensamientos conducen a ella. Juegas moviendo tus manos, esperando desviar tu ansiedad. Comienzas a cruzar los dedos en formas extrañas, los truenas cual pianista para aparentar autoconfianza y suficiencia. Después de das cuenta de que fue en vano, pues nadie te nota.
Como un tic nervioso, vuelves a ver el reloj, y vuelves a  mirar hacia arriba. Lo vuelves a ver y te sorprendes de que tan sólo haya transcurrido un minuto.
No es tan grave. Sólo dos minutos más y llegará. Dos minutos que parecen nunca llegar.

Bienvenidos a Richard Kleiner presenta!

Hola, mi nombre es Richard Kleiner (o, al menos, eso espero que creas) y aquí verás publicados mis escritos más literarios y deseosos de ser considerados como dignos del premio Hugo, o esos que le dan a los escritores.

Lee alguno que otro, si tienes chance, y dale la oportunidad a este escritor que nació con un ego demasiado grande en una ciudad... de un tamaño adecuado.